Camino por calle Bandera hacia el sector de Estación Mapocho. Hasta hace unas decadas, esta calle, era reconocida por las picadas de ropa usada. Hoy en día, se ha transformado en un centro cosmopolita, como haciendo verbo el sueño de Bolivar.
Avanzo rapido. Algo debo tener en el estomago, ya que siempre estoy con apetito. Sigo avanzando, hasta que en la esquina con General Mackenna, veo el coloso (léase estación Mapocho) y viro a la izquierda. Seguro del destino, mantengo el paso, hasta que veo el letrero: Wonder Bar.
Al entrar, me recibe un hermoso barril. El local, como toda picada que precie de tal, me recibe con sus aromas a comida chilena. Y recalco, aroma, porque olor, tienen otras cosas. Lo primero que se observa, es su generosa barra, donde se puede disfrutar de un rico dulce y aromatico pipeño, un borgoña, una engañadora chicha, y el clásico Terremoto. En cualquiera de estos tragos, recomiendo irse con cuidado, ya que muchos se van por lo dulce, y terminan mas doblado que churro.
El estomago manda el cerebro, y los distintos aromas y los muchos comensales que ya se encuentran disfrutando de un rico almuerzo, sencillamente, hacen que comience a salibar como loco. Entre medio de pescadas frita con ensala’ a la chilena, prietas con papas cocidas, tallarines con salsa, porotos con riendas acompañadas de loganizas, pernil con papas cocidas, arrollados, pollos “alverjado”, reponedores ajiacos, su plato estrella, y empanadas de pino (que son el acompañamiento perfecto para tan nobles brebajes que abundan aquí), me abro paso y me instalo en una mesa. El garzón-cantinero-cientista político-comentarista deportivo, me entrega la carta: Una hoja de cuaderno plastificada y escrita con lapiz. El Wonder Bar no necesita de adornos: Es autentico.
Pido mi plato. Arrollado con papas cocidas y ensalada a la chilena. Para la sed, lo que corresponde: una borgoña de frutilla en tinto. Mientras tanto, y en menos de un minuto, llega un panera con marraquetas y una fuente con pebre. Ataco la marraqueta, la lleno con pebre, y ataco. Antes de acabe el pan, ya tengo en mi mesa “la cañita” de borgoña. Deliciosa, bien helada, con la frutilla fresca y endulzada con azucar flor (excelente aporte que marca la diferencia).
Llega mi plato. No sobra ningun espacio en él. El arrollado, muy sabroso, se distinguen todos los sabores. Las papas, bien cocidas pero sin que se desarmen. La ensalada a la chilena, sin duda, merece casi un artículo aparte. El tomate, siempre sabroso, y la cebolla, se agradece que no “esté amortiguada”. Comienzo el segundo ataque. Baño el arrollado con pebre, lo acompaño con mas marraqueta, hasta que sin darme cuenta, el plato ya se encuentra vacío. “Mato” la borgoña, y pido la cuenta.
Maravillado, satisfecho y agradecido de las bondades disfrutadas, pago la cuenta y dejo la propina (algo que no se puede olvidar). Guatita llena, me dirijo a la salida del Wonder Bar, sin dejar dar las gracias al garzon. Me quedan un par de cuadras antes de llegar a la oficina, y aunque a algunos les parezca extraño, ya voy pensando que comeré en mi proxima visita.